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Meditación y Oración.

  • Foto del escritor: Silvana T. D'Agostino
    Silvana T. D'Agostino
  • 17 oct 2017
  • 3 Min. de lectura

Hay lugar en la práctica de Yoga para la oración? Sí.

Como medio para la transición de lo mundano, a la Conciencia Divina.

La oración es un medio de conectar nuestro corazón con lo Divino, permitiendo de este modo que la gracia nos toque y fluya en nosotros.

El corazón es considerado en el Yoga como asiento de la verdad trascendental absoluta, así una oración que realmente viene del corazón trasciende todas las fronteras y tiene efecto también sobre nuestra mente.

La oración nos puede permitir cambiar de la modalidad “diálogo intelectual” a la modalidad “contemplación espiritual”, siempre que provenga de nuestro corazón. Y debido a que calma nuestra charla mental y la confusión emocional, la oración crea el ambiente propicio para el viaje hacia nuestro interior.

Uno de los inconvenientes que pueden surgir a la hora de la meditación, es en la preparación del estado de ánimo adecuado y aquí es donde entra la oración.

Que puede ser una ruta completa en sí misma, llevándonos al nivel más alto de realización, siempre y cuando sea auténtica y no una repetición mecánica. Su significado nos ayuda a organizar nuestras emociones, a tranquilizarnos y a dirigir nuestra atención hacia el objeto de la propia oración.

Podemos decir también, que incluso el acto de memorizar oraciones y repetirlas mecánicamente tendrán algún valor, si las oraciones son auténticas oraciones que fueron reveladas a los santos y/o sabios.

Las oraciones reveladas vienen directamente de la Fuente y debido a esto, conservan el poder de transformar y sanar, poder que se intensifica aún más cuando tal oración se ha utilizado por un largo período de tiempo, pues reúne una inmensa energía.

Cuando repetimos una oración auténtica, nuestras mentes y corazones se purifican y finalmente, las virtudes superiores del amor, la devoción y la fe comienzan a desarrollarse dentro de nosotros.

Cuando estas oraciones colman lo más profundo de nuestro corazón, la mente se desplaza automáticamente hacia el interior para disfrutar de sus vibraciones sutiles, y la meditación podría comenzar espontáneamente.

La energía emitida por la oración es eterna, y es éste también el secreto de una bendición.

Tanto la oración como la bendición, están en el proceso de una auténtica iniciación espiritual.

En las primeras etapas cuando la mente no está aún bien entrenada, se trata de mantener la mente enfocada en el objeto de la meditación. Y cuando notamos que otro pensamiento se está ejecutando “por lo bajo”, simplemente lo observamos y lo dejamos ir.

Si sucede que por su intensidad no lo podemos ignorar, a continuación seremos testigos de él, sin participar de él. Es decir simplemente observaremos los pensamientos no deseados, de forma pasiva.

Más adelante, cuando la meditación se profundiza los pensamientos triviales ya no reclamarán nuestra atención.

Pero sí sucederá que pensamientos, preocupaciones comenzarán a emerger de nuestro inconsciente. Y para hacer frente a este material inconsciente profundamente arraigado, es que deberemos desarrollar una práctica más profunda y metódica de “ser testigos pasivos”.

Pero como estos pensamientos tienen un gran poder y reclaman una resolución, deberemos reconocerlos y aplicar la práctica de desapego, para poder de separarnos de ellos.

Y vuelve a aparecer aquí, la posibilidad de entregarnos a lo Divino para poder hacer frente a esta nueva situación.

Hablamos entonces de un proceso interno dinámico, en el que la mente está implicada activamente con el objeto de meditación, con interrupciones para la contemplación y la oración, siendo posible su entrega a lo Divino.

A medida que la meditación se profundiza el proceso se hace más refinado, más sutil, llegando a una instancia superior donde seremos testigos de nuestro objeto de meditación sin esfuerzo. Estaremos allí en presencia de nuestro objeto y nuestro objeto también estará ahí.

Pero, aún se distinguen el meditador y el objeto de su meditación.

Con la práctica, en algún momento el meditador desaparecerá como tal.

Es decir el proceso de presenciar el objeto de meditación llega a ser tan profundo y sutil, que nos convertimos en el objeto de ser meditado. Se fusionan objeto y sujeto.

En ese momento, la mente ha trascendido todas sus modificaciones y fusionado con la conciencia pura.

La conciencia queda detrás de la cortina de todo pensamiento y conocimiento.

Estado de conciencia donde el testigo quedó solo, ha alcanzado samadhi.

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