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Meditación. Parte 1

  • Foto del escritor: Silvana T. D'Agostino
    Silvana T. D'Agostino
  • 10 ene 2017
  • 3 Min. de lectura

Si definimos al Yoga como la restricción de las fluctuaciones de la mente y decimos que su meta es emprender el viaje interno hacia el alma, la meditación resulta ser la herramienta que nos permite tal fin.

Y será a través de ella, que lograremos la percepción directa de nuestra propia esencia, de nuestro verdadero yo, de nuestro ser, eso que somos.

Una práctica metódica y constante nos conducirá al estado de Yoga.

Según la filosofía del Yoga, la mente es el nexo entre el cuerpo y la conciencia y tiene como característica principal la de ser “escurridiza”.

Es la encargada de desear, recordar, percibir, sentir. Refleja tanto al mundo interno como al externo, aunque su tendencia natural es la de interesarse fundamentalmente por lo que sucede afuera, influyendo de esta manera en nuestra conducta antes de que tengamos tiempo de reflexionar sobre las causas y las consecuencias de las mismas.

Podemos decir que la mente es la lente a través de la cual experimentamos tanto en el mundo interior como en el exterior, resultando la fuente de nuestra angustia; pero también será el medio para nuestra liberación.

Todos sabemos que cuando estamos demasiado involucrados con el flujo de nuestra experiencia externa, el equilibrio interior se perturba haciendo que nuestra serenidad natural se sustituya por agitación.

Por otro lado, cuando nuestra vida interior está equilibrada, cuando estamos establecidos en nuestro ser interno, la mente esta calma y con la práctica podemos permanecer establecidos en nuestra esencia a pesar de la perturbación de la mente.

El Yoga propone dos medios para el control de la mente: la práctica y el desapego.

La práctica, consiste en tratar de establecer a la mente en su estado puro y sin modificaciones.

El desapego, es liberarse de los deseos de goce, para lo cual será necesario “ver” los efectos que ellos producen.

Lo que se busca entonces es centrar la mente e inculcarle un sentido de atención y de discriminación, de modo que los objetos y los sucesos se perciban como realmente son y no lleguen a dominarnos.

Para esto, la mente deberá estar serena y clara.

Una mente fragmentada, dispersa, no se puede volver hacia el interior por lo que el primer paso, será recoger los fragmentos mediante la formación de una mente concentrada.

En el corazón de la práctica de la meditación hay dos habilidades inseparables: la concentración, que es la capacidad de mantener la mente focalizada, y la otra es la atención, que es la capacidad de observar la propia personalidad con una actitud de desapego.

En este punto podemos hacer referencia a un dilema que se presenta al comenzar la práctica de la meditación.

Por un lado decimos que la meditación ayuda a “retener” la mente vuelta hacia el interior y por el otro, que la meditación sólo es posible cuando la mente está focalizada, organizada y tranquila.

La superación de este dilema es una parte esencial de la meditación y sólo puede hacerse mediante la obtención de un conocimiento básico de uno mismo, lo cual requerirá de un auto-análisis.

Observarnos a nosotros mismos y ver lo que es agradable y lo que no lo es, descubrir lo que nos arrastra hacia el pasado y no nos permite permanecer en el presente, determinar qué origina esa inquietud interna y hace que nuestra mente este divagando, impidiéndonos alcanzar el estado meditativo, y antes de eso, impidiéndonos permanecer concentrados.

Sobre la base de las conclusiones que sacamos de ese auto-análisis, podremos diseñar una estrategia adecuada para dejar ir los pensamientos y centrarnos en cambio en el objeto de meditación.

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