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Meditación. Parte 2

  • Foto del escritor: Silvana T. D'Agostino
    Silvana T. D'Agostino
  • 10 ene 2017
  • 2 Min. de lectura

La meditación nos ofrece la posibilidad de permanecer centrados y relajados, conduciéndonos gradualmente al núcleo más profundo de la conciencia de nosotros mismos. Nos permite disfrutar de una vida más plena y un conocimiento de nosotros mismos directo y sin distorsión.

El meditador aprende a mantener una actitud interior "vigilante", e incluso la meditación podrá continuar cuando la mente esté “divagando”.

Si consideramos a la mente como un flujo de energía (dinámico), comprendemos que está en su propia naturaleza crear permanentemente pensamientos e imágenes.

Sin embargo cuando se logra el hábito de la práctica, se comienza a tomar conciencia de que una parte de la mente está al margen de los pensamientos.

Es posible experimentar esa capa más profunda de la conciencia, tal vez con una sensación de ser un testigo, mientras el monólogo mental continúa.

En otras palabras, la mente puede seguir pensando, pero uno logra no verse afectado por esos pensamientos tomando conciencia de la sensación de estar presente detrás de los pensamientos.

Una posibilidad al llegar a este punto es por ejemplo mantener la atención en las sensaciones que la respiración produce en el cuerpo, o en la sensación de la energía en el corazón, o en la calidad vibratoria de un mantra ...

Con la práctica uno se va dando cuenta de que los pensamientos se dan cada vez más en un segundo plano, mientras la sensación de nuestro ser interno comienza a ocupar cada vez más el primer plano.

Eso es meditación.

Así, la persona discriminadora va comprendiendo de manera gradual cómo ella misma crea sus propios problemas, con una actitud de discernimiento entre lo real y lo irreal, lo permanente y lo impermanente, lo verdadero y lo falso.

En definitiva liberando a la mente de los objetos de los sentidos.

La mente y el cuerpo están en constante interacción y desde el yoga se los considera como una sola entidad integrada. Entonces, cuando existe una perfecta armonía entre ambos alcanzamos la comprensión de nosotros mismos.

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